jueves, 5 de marzo de 2015

Todas íbamos a ser YEGUAS

Como sé que esta revista la lee gente de todas partes del mundo y que por nuestro continente andan rondando varias acepciones del término YEGUA, vamos a unificar nuestras mentes y corazones y nos pondremos de acuerdo en una sola definición. Para que no entremos en confusiones etológicas (ni tampoco etimológicas), acudiremos al significado que la RAFE (Real Academia Femenina) nos entrega:

• Yegua (Del lat. eqŭa). Chica fuerte
y atractiva, y quizás un tanto liberal.

Es importante aclarar este concepto, para no mezclar las cosas, porque hay chicas atractivas y liberales que suelen ser llamadas “perras”, pero he ahí una notable diferencia: las “perras” son mujeres que iban camino a la yegüeza, pero por alguna razón han perdido la noción del poder de lo femenino y están dispuestas a lo que sea, regalando su cuerpo (y muchas veces su corazón) sólo para alimentar el ego y recibir distorsionadas muestras de afecto. En cambio las yeguas son mujeres que han desarrollado todo su potencial femenino sin dejar de dignificar su andar. Básicamente una yegua ha aprendido las ventajas de haber nacido mujer y a través de la conexión con la sabiduría, la inteligencia, la intuición, la sexualidad y la creatividad de lo femenino logra desenvolverse en el mundo con todo su esplendor.

Llevo un buen tiempo observando a las mujeres que están a mi alrededor: amigas, mamá, hermana, cuñadas, vecinas… y hay algo que todavía no entiendo: ¿Qué nos pasa que perdemos el real camino de la yegüeza y nos quedamos atrapadas en una u otra realidad que nos quita la libertad de ser y hacer lo que se nos dé la gana? Entiendo que hemos heredado lo más profundo del machismo español, que viene del machismo árabe, que viene de la antigüedad misma, pero… ¡ha pasado tanto tiempo! El machismo está desapareciendo poco a poco y la cosa de los roles (sí, sé que falta mucho todavía, vamos avanzando) está un poco más resuelta, pero me sigo encontrando con representantes de nuestro género que se ven oprimidas por su pareja, por sus hijos, por otras mujeres, por el jefe o jefa, o incluso por cosas más intangibles como los valores, las costumbres, la moral y las creencias, lo que definitivamente ¡NO LE PASA tanto a los hombres! Lejos de querer levantar una discusión sexista o feminista (me repele todo lo “ista” que no tenga que ver con hacer deporte), quiero referirme al tema específicamente de nosotras las féminas sin entrar en comparaciones con el sexo opuesto; hoy en día somos nosotras mismas las que estamos rayando nuestra propia cancha y por alguna extraña razón, nos dejamos el área más chica para jugar.

El otro día estuve conversando largo y tendido con mi mamá. Ella me contaba la historia de su familia y me explicaba cómo las mujeres siendo siempre el pilar de la casa, habían vivido y soportado a maridos infieles, padres opresores, y a otras mujeres que las obligaban a mantenerse siempre en el último lugar de la jerarquía en su entorno social. Todo giraba en torno a “lo que una señorita debía o no debía hacer”. Una señorita no podía dar su opinión, no podía enojarse, no podía alzar la voz, no podía perder el control, no podía decir que no, no podía… ¡pfffff! Ahora entiendo. Hemos heredado por generaciones, deberes que no tengo idea para qué estaban impuestos, pero que de todas maneras oprimían el poder de lo femenino.

Lamentablemente todavía es muy fácil encontrar casos de mujeres que han perdido todo o parte de su poder (entiéndase “poder hacer cosas”) y que están absolutamente resignadas a que la
realidad que viven es la que les tocó vivir y ya no pueden hacer nada para cambiarla: mujeres que le temen a sus esposos, padres o ¡HIJOS! y les ocultan información importante (“es que no se vaya a enojar”); otras inseguras que definen su identidad a través de su pareja, padre o hermano, buscando constantemente su aprobación; otras que depositan su estabilidad económica en el hombre e inhabilitan su capacidad de autosostenerse, creando una dependencia terrorífica; o las más comunes, que se aferran a un hombre que es cero aporte en sus vidas y se desviven por cambiarlos para poder avanzar. Mujeres atrapadas en sus miedos, resentimientos y creencias que generalmente no son ni suyas.

No podemos echarles toda la culpa a los hombres y al machismo; las mujeres somos expertas para oprimirnos entre nosotras. ¿Se han dado cuenta lo difícil que es relacionarse con muchas féminas al mismo tiempo? Suele ser una experiencia llena de envidias, chismes, celos y cuentos.

Ser yegua, al parecer va en contra de todo lo que enseñaban que debía ser y hacer una señorita:

* A una yegua le importa un comino lo que piensan los demás. Ella hace y deshace como se le dé la gana. Ha entendido que no necesita la aprobación de nadie para hacer lo que la hace feliz. Por ejemplo, esta moda de los Toy Boys me parece espectacular: a Jennifer Lopez le importa un reverendo bledo ser ultrafamosa y que su novio tenga como 20 años menos y que todo el mundo lo sepa. Esa mujer sabe que se lo merece. Si J.Lo se lo merece, ¿por qué tú no? Eso sí, ojo, porque suele suceder que a esta equina indómita se le pase la herradura y termine siendo indolente e implacable, y pueda pisotear a las pobres florecillas que se le atravesaron en su galope. ¡No hay que pasarse!
* Una yegua es atractiva no por vestirse a la moda, o por tener un cuerpo espectacular. ¡No! Ella es atractiva porque se acepta tal cuál es y sabe que es hermosa y lo mejor de todo… ¡está feliz de ser así! Eso atraerá todas las miradas por la vereda que camine.
* Una yegua se siente cómoda cuando la piropean y recibe muestras de afecto. Claro! Si sabe lo linda que es, ¿por qué tendría que avergonzarse o algo parecido? Es más, reconoce a leguas cuando viene un hombre a conquistarla con halagos. Ella sabe que no es algo que necesita, pero bueh… hay que dejarlos a ellos jugar también.

* Las yeguas son deslenguadas. Dicen lo que piensan, sin medir mucho las consecuencias. Pueden incluso pasar por impertinentes o irrespetuosas, pero es que ya le perdieron el miedo a decir lo que piensan o sienten. Eso del lugar y el momento adecuado ya están pasados de moda, porque creen en su capacidad natural de crear y transformar el mundo que las rodea.

* Una yegua es valiente. No le teme al cambio, ni a enfrentarse a nada ni nadie. Cuando se le cruza algo por la cabeza, no hay quién la detenga. Sabe relinchar, morder y zapatear arriba de la mesa si es necesario para defender su vida emocional y la de quienes quiere.

* Una yegua es desenvuelta. Con gracia sabrá encantar al mecánico que la quería engañar, al señor de la tiendita para que le haga un precio, a la suegra para caerle bien, al señor de la ventanilla para que le entregue ese papel imposible o al policía que le quiere pasar una multa. No es la más guapa la que conseguirá más cosas, si no que la más yegua.

* Para una yegua nada es lo suficientemente serio, ni grave. Su espíritu lúdico y su picardía primen casi todo el tiempo… hasta que se enoje.

* La yegua confía en su intuición y suele usar frase como “estoy segura de que es allá” (aunque no tenga mapa), “tengo la corazonada de que esto va a resultar” (y le resulta!), o “no confío en ese tipo” (y resulta que era una rata).

Hay una señora que se llama Clarissa Pinkola Estés, que habla de todo esto y mucho más en su libro Mujeres que corren con lobos, y nos invita a conectarnos con nuestro lado salvaje, que es esa fuerza que nos sostiene, naturaleza sabia, inteligente y visceral que realza lo femenino, para que nos conectemos con nosotras mismas, con quienes somos y nuestro fuego creador. Para todas esas postulantes a yeguas que no se atreven a salir del armario, les recomiendo que lean este libro y que busquen otras fuentes que las hagan recuperar el poder de lo femenino que todas llevamos dentro. No existe ninguna manera de saber el poder que tenemos, si no hemos tenido la valentía de conocernos a nosotras mismas.

Entonces para terminar, doy un salto cósmico, soltando mis crines al viento, alzando mi voz con un gran relincho estelar y me declaro públicamente y a los cuatro vientos como una muy orgullosa y asumida YEGUA.

¿Galopamos?

- Todos sentimos el anhelo de lo salvaje. Y este anhelo tiene muy pocos antídotos culturalmente aceptados. Nos han enseñado a avergonzarnos de este deseo. Nos hemos dejado el cabello largo y con él ocultamos nuestros sentimientos. Pero la sombra de la Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche. Dondequiera que estemos, la sombra trota detrás de nosotros, tiene sin duda cuatro patas.- Clarissa Pinkola Estés, Mujeres que corren con los lobos

Por: Barbarita Mejías

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