domingo, 6 de abril de 2014

LUPITA FERRER: LA MEJOR MALA DE LAS TELENOVELAS


En el "tras cámaras" de la grabación de la película basada en la vida del poeta Medardo Ángel Silva, que se filma en Guayaquil, tuvimos la oportunidad de conversar un poquito con Lupita Ferrer, ídola de las telenovelas de la pantalla chica


Lupita Ferrer de entrada nos contó que estaba impactada con esta historia de amor que terminó en tragedia y en la ella interpretaba a la madre de Rosita.

Nos cuenta que entre su vida real y la de actriz, su experiencia en el trabajo la ha fortalecido y que quizás aún le queda un poco de ingenuidad y del carácter impulsivo de su juventud, el no tener malicia y creer a ojos cerrados en la sinceridad de la gente. Jura que en la vida real no es tan mala como en las telenovelas, al contrario... dice no tener un ápice de malicia y es quizás por eso que le cuesta (aunque no me crean), hacer esos papeles. No le gusta encasillar a sus personajes en buenos y malos, más bien los ve como débiles y desconfiados, como seres humanos, con vivencias complejas que tienen un pasado turbulento que ha transformado sus ideales en miedos.
El tema de la sexualidad aún la sonroja pero se atreve tímidamente a contestar que para ella es un complemento del amor, que piensa así porque ella es muy romántica y cree sinceramente en las relaciones profundas.
Y que en el amor no ha tenido la misma suerte que en su carrera, nos confiesa que ha acumulado con el pasar de los años cierta madurez emocional que ha sido en su trabajo la causa de su éxito, de su vigencia y de su felicidad.
Desde mi punto de vista -nos cuenta Lupita- considero que lo más importante en una mujer es su fortalecimiento para afrontar todos los obstáculos de la vida y de esa forma poder realizarse en su vida profesional. Ella sinceramente cree que lo más importante en una mujer es conseguir ser suficiente, no depender de nada ni de nadie, adueñarse de su propia vida con honradez, sin responsabilizar a nadie mas que a sí misma de sus alegrías y tal vez de alguna que otra lágrima.
  Por: Margarita Bajaña





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