viernes, 7 de agosto de 2015

Roberto Carlos Quintero Gonzabay ¡Indultado!

 Mi nombre es Roberto Carlos Quintero Gonzabay, tengo 43 años, soy esposo de Esther y padre de tres hijos. De profesión ingeniero electrónico. Para mí estudiar siempre fue una necesidad, nunca una obligación. Mi padre, educador y pacifista me crió entre libros e historias, todas ellas de superación pero sobre todo de solidaridad, siempre me decía haz el bien sin mirar a quién. Nunca pensé que ayudar a alguien me quitaría dos años de mi vida.  Esta es mi historia:
Corría el año de 1999 y tenía uno de los mejores promedios entre los egresados de mi promoción en la Escuela Politénica del Litoral, como reconocimiento a mi rendimiento académico, la Universidad me premió con una semibeca a Bélgica.
Era una excelente oportunidad para seguir estudiando, así que junté para el pasaje en avión y viajé a un país donde el ambiente universitario me acogió. Me dieron vivienda, alimentación, libros, todo lo que necesitaba. Tenía una pasantía, empecé a aprender francés, y a ratos esquivaba la nostalgia por mi tierra soñando con un mejor futuro para mí y los míos, pero un accidente de tránsito truncó estos sueños, no pude continuar con la pasantía y la vida se me hizo difícil en un país extraño.
Fue justo cuando más necesitaba que encontré solidaridad en mucha gente que casi no conocía. Al poco tiempo logré regresar a Ecuador.
Ya en mi país, aprendí a sobrellevar las secuelas que había dejado el accidente en mi rodilla. Encontré trabajo de profesor en un prestigioso colegio, también daba clases en la Universidad y tenía una oficina que prestaba servicios a un municipio de la localidad.
Alquilaba una casa en Los Ceibos, al norte de Guayaquil, tenía dos hijos y un tercero en camino, mi esposa Esther tenía cinco meses de embarazo. Así estaba mi vida cuando un día me encontré con un amigo, cubano, pastor evangélico y me contó sus penas. No tenía donde vivir porque el dinero que ganaba arreglando celulares no le alcanzaba para pagar un arriendo.
Mi situación económica era tan buena que en esos días estaba en planes de arrendar una oficina en Urdesa. El dueño del local que iba a rentar era un compañero de trabajo, así que le comenté que en la oficina le iba a hacer un espacio a un amigo cubano para que viviera ahí y de paso cuidara la oficina.
Mi compañero me dijo que eso no podía ser, porque era un extranjero y que podía  traerle problemas. Esta negativa me contrarió tanto porque recordaba como había sido mi situación como extranjero en Bélgica, así que decidí llevar al cubano a mi casa, a vivir junto con mi familia.
Lo acomodé en uno de los cuartos del segundo piso de la casa y era tanta la confianza que teníamos con él, que le pasé las llaves de la casa para que pudiera entrar y salir con total libertad.
El tiempo pasaba y así llegó el viernes 28 de junio del 2013, ese día mi esposa me dijo que no había energía en la parte de arriba de la casa, le contesté que el lunes lo revisaría porque quería descansar en la playa ese fin de semana. Cuando fui a sacar el carro, me dí cuenta que tenía problemas para arrancar. Así que decidí llevar el carro al taller. Regresé a la casa en taxi y cuando me iba bajando, justo mi amigo cubano iba saliendo. Le entregué diez dólares y le pedí que al regreso comprara comida para mis perros. Entré a la casa y en cuestión de segundos la vida cambió para mí. Empezaron a golpear fuertemente la puerta de entrada y cuando salí vi a unos hombres que se estaban trepando por el portón del garaje. Desde afuera seguían golpeando la puerta pidiendo entrar, más que asustado, estaba desconcertado, fui a abrirles y se identificaron como agentes de narcóticos que estaban en una investigación.
Entraron a la casa a registrar todo, y del cuarto en el que vivía mi amigo cubano, sacaron unas maletas, las abrieron y en el interior encontraron unos paquetes que contenían droga.
Me preguntaban y yo respondía la verdad, que en ese cuarto vivía un amigo, que no sabía nada de las maletas ni del contenido. Fuí detenido para investigación.
Trasladado a la "casa blanca" ese mismo día también llevaron a mi amigo cubano. Apenas me vio dijo que no tenía de qué preocuparme porque contaría la verdad. Que esas maletas se las había dado un amigo de él diciéndole que eran cables y repuestos de celulares, que se trataba de un favor, que le habían pedido que se quedara con las maletas por unos días.
Y que yo no sabía nada de la existencia de esas maletas en mi casa. Pero la Fiscal del caso insistió en acusarnos de narcotráfico, en la investigación indicaban que yo había subido las maletas al cuarto. Eso era imposible porque por mi accidente mi rodilla quedó lesionada y no podía cargar peso. Les pedí que solicitaran la grabación de la cámara ojos de águila que estaba justo frente a mi casa, que ahí estaba la prueba que yo jamás subí esas maletas.
Como había muchas contradicciones e inconsistencias en la investigación decidieron acusarnos ya no de narcotráfico sino de corretaje. La fiscal pedía 12 años. Por mis antecedentes académicos, los atenuantes como ellos le dicen, fui juzgado y sentenciado a 4 años de prisión y trasladado inmediatamente al Centro de Rehabilitación de Guayaquil.  Todo lo que formaba parte de mi mundo quedaba lejos de mí, tras unos muros. Mi esposa embarazada, mis dos hijos pequeños. Mis padres. Mi trabajo. Mi libertad.

A mi amigo cubano y a mi nos dieron la misma sentencia. 4 años. 
Ya adentro del Centro todos conocemos la historia de todos, así que me empezaron a llamar el Ingeniero Quintero. El Director del área laboral me pidió que ayudara a dar clases de matemáticas y de electricidad a los compañeros. Todos los PPL  (personas privadas de libertad) estamos adentro en igualdad de condiciones, pero cuando empiezas a hacer méritos, te sacan a dar cursos o te permiten pasar más tiempo en talleres. Hay más apoyo para la rehabilitación.
En septiembre del 2014 nos hicieron un llamado para rendir el examen del ENES. Primero nos evaluaron a los 1400 PPL del pabellón de mediana seguridad. De ahí salimos 600 aprobados para rendir el examen del  ENES. Recibimos 15 días de inducción en los que nos preparamos para rendir esta prueba.
Estudiar era mi refugio. Estudiaba porque tenía fe, confianza de que vendrían tiempos mejores. Mantenía la esperanza de volver a ver pronto a Esther y a mis hijos.  Esperanza de regresar a mi vida junto a los míos.
Pensaba en mi esposa, en mi hija que nació mientras yo estaba en prisión. En los problemas que tenía Esther para conservar su empleo, para cobrar el dinero que le debían. Y yo sin poder solucionarle los problemas.

 
Lo único que podía hacer era estudiar para ayudarla, estudiar y ser el mejor. Cuando me dieron las 120 preguntas, pensé en mi familia y me prometí que por ellos daría lo mejor de mí. En febrero del 2015 me notificaron que había sacado la más alta nota de todos los que nos presentamos al examen. 928/1000. Ese había sido mi puntaje.
La Ministra de Justicia Ledy Zúñiga me felicitó personalmente.
Fui trasladado al área de  "Prioritarios" donde hay mayor atención para los PPL, podíamos pasar más tiempo en la biblioteca, teníamos un campus universitario.
La promesa que había hecho el gobierno de una verdadera rehabilitación para los PPL se estaba cumpliendo, yo era prueba de ello. Me otorgaron una beca en la Universidad Católica para estudiar la carrera que yo eligiera. Pre alfabetización, alfabetización, educación básica, universidad, la oportunidad de educarnos era la promesa cumplida para nuestra rehabilitación.
Ya iba a cumplir dos años preso, un día me llama el Coordinador y me preguntó si tenía abogado, le respondí que no. Me indicó que desde Quito iban a tramitar un indulto para mí. Que debía escribir una carta solicitándolo y pidiendo perdón a la sociedad.
La justicia ya me había juzgado, de nada servía insistir en mi inocencia y ésta era una posibilidad para poder regresar a mi familia. Firmé la carta dirigida al Presidente Rafael Correa y pedí perdón a la sociedad.
Fue la ministra Ledy Zúñiga quien gestionó que el Presidente leyera mi carta y la proximidad de la llegada del Papa Francisco a Ecuador que se aprobara el indulto.
No supe nada hasta el pasado 30 de junio que me dijeron que la Ministra de Justicia, mi padre, mi esposa y mis dos hijos venían a verme. Supuse que se trataba de una visita sorpresa. Cuando salí la ministra en persona me entregó la boleta de libertad. El indulto se hacía realidad. ¡Era libre!.
No podía hablar, estaba tan emocionado que lo primero que hice fue abrazar a mi esposa y a mis hijos.
Entré a cambiarme, me quité la ropa color naranja, vestí el pantalón gris y la camisa a cuadros que Esther me había llevado. Tomé mis libros y salí. La educación me había dado la oportunidad de ser libre.
Hoy estoy recuperando el tiempo con mis hijos, especialmente con la niña que nació mientras yo estaba en prisión. Gracias a la beca estoy estudiando Leyes en la Universidad Católica. Elegí esta carrera porque el país necesita de abogados capacitados, comprometidos con su profesión, preparados para defender con eficiencia a los inocentes.
No guardo rencores, mi amigo cubano sigue en prisión. Ya lo perdoné.
Vivo en casa de mis padres porque todavía no consigo trabajo para poder pagar un alquiler. La sociedad debe aprender a juzgar menos y a dar más oportunidades. Si alguien me censura o no cree en mi inocencia, lo perdono. Sigo adelante.
Cuando las raíces son fuertes, las tempestades solo nos fortalecen.




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