Un país pequeño y subdesarrollado. No tiene empacho en escribir aquello, sobre su país, el Embajador del Ecuador en Argentina, en el año de 1981, en un despacho oficial. Manuel de Guzmán Polanco, uno de los fundadores del Partido Social Cristiano, y que representó al país como diplomático por varias décadas, escribía eso con el fin de disuadir al gobierno ecuatoriano que cuestionaba, a través de las acciones del presidente Roldós, los graves crímenes a los derechos humanos cometidos por la dictadura argentina de esos años. Esa declaración, esas palabras, esa actitud, son sólo uno de las muchos espeluznes que pone frente a nosotros La muerte de Jaime Roldós, el documental que Manolo Sarmiento y Lisandra I. Rivera estrenan en esta nueva edición de EDOC.
Las palabras de Manuel de Guzmán Polanco son paradigmáticas de la situación de la política internacional en la que actuó Roldós. “Pienso que Roldós tuvo la inteligencia suficiente para pensar más allá de los límites que nos autoimponemos cuando nos pensamos como habitantes de un país subdesarrollado”, me dice Manolo Sarmiento.
“Ciertamente no era un “aldeano vanidoso”, parafraseando a Martí, sino un tipo que sabía y era consciente de la existencia de esos gigantes de siete leguas que nos podían poner la bota encima”. ¿Fue eso lo que mató a Roldós? ¿Fue su conciencia, y más que ello, su acción frente a las atrocidades genocidas del continente lo que terminó con él? ¿Es Roldós otro de los grandes mártires latinoamericanos que entregó su vida para que brillara la verdad? Este filme presenta algunas respuestas.
La muerte de Jaime Roldós consta de cuatro secciones bien estructuradas. Una introducción, donde Sarmiento y Rivera relatan de forma sucinta el antecedente histórico del Ecuador de los setentas; una sección llamada “La primera muerte de Jaime Roldós”, donde, con un ilustrado talento investigativo, los realizadores exponen los móviles políticos del posible magnicidio; otra sección, llamada “La segunda muerte de Jaime Roldós”, donde existe un acento en el ámbito más privado de las consecuencias de la muerte de Roldós, en especial para su hijo, Santiago, y, finalmente, un epílogo, que ensaya con contundencia sobre el historicismo, el archivismo audiovisual y, quizás con mayor importancia, sobre la dimensión brutal de los hechos narrados en el filme y de sus derivaciones en la cultura ecuatoriana.
“Tuvimos una lucha con el hecho de que se trate de una película histórica, –dice Sarmiento– porque no queríamos hacer una película solamente histórica, queríamos una película reflexiva ante todo, pero terminamos por darnos cuenta –y tardamos mucho en aceptar– que tenía que ser también una película histórica, porque si no contábamos ciertos hechos no los podíamos comentar después. En ese sentido, es una película que crea su propia arqueología”.
La arqueología del filme de Sarmiento y Rivera revela que ese país “pequeño y subdesarrollado” había aprendido varias lecciones que forjarían su destino. Toda una generación se sintió consternada con la matanza del 3 de junio de 1959 en Guayaquil, intelectualmente concebida por, coincidencias de la vida, otro fundador del socialcristianismo, Camilo Ponce Enríquez. Y esa historia cuenta que esa generación es la de Roldós. Manolo Sarmiento me dice que “en cierta medida esa masacre representaba para ellos lo que para nosotros representa la muerte de Roldós: un acontecimiento traumático que determina en buena medida su compromiso político y que, paradójicamente, fueron y somos incapaces de aclarar. El silencio se impuso en ambos casos, a ambas generaciones”. Es el silencio, pues, uno de los temas fundamentales de este filme.
“El silencio ha sido el arma para que el país no pueda hacer las conexiones correctas”, dice Lisandra I. Rivera, productora y codirectora del filme, cuando le pregunto sobre el magnífico epígrafe con el que abre el documental, tomado de otro filme, Memorias del subdesarrollo: “Una de las señales del subdesarrollo es la incapacidad de relacionar una cosa con otra”.
La muerte de Roldós quedó para siempre archivada, tanto como la matanza de 1959 permaneció en el olvido. Y si uno quisiera seguir recordando cuántas muertes y cuántas monstruosidades han quedado impunes en este país, el papel no alcanzaría. Allí está, otra vez, el trabajo de Sarmiento y Rivera para sacudir la conciencia nacional. Para mostrar, con un cine que se aleja del periodismo y se revela plenamente autoral, cosas que no sabíamos. Cosas que alguien quiso que no supiéramos. En el extenso metraje de su película yacen las acciones, las causas, los efectos y los olvidos de esas muertes: la pública y la privada, la política y la emocional, la del poder y la de los afectos. Y hay, quizás, una tercera: la del mutismo y la del no me acuerdo. Pero esta última, para salvación de todos, tiene vuelta atrás: la palabra y la memoria, el argumento y la verdad. No importa que este filme llegue 32 años después de lo sucedido, La muerte de Jaime Roldós construye, desde ahora, esa senda.
Por: Rafael Barriga