Cuando era chiquita y me preguntaban que qué quería ser cuando fuera mayor, yo respondía que quería ser escritora y que quería vivir en la selva con los monos.
Hace algunos meses atrás estaba en Medellín. Para variar no tenía mucha idea de hacia dónde me llevarían los próximos días. Como los pájaros, sabía que había que ir hacia el sur porque el frío ya estaba terminando. ¿Hasta Chile, Argentina? Eso nunca se sabe con certeza. Por esas casualidades de la vida me ciberencontré con unos amigos ecuatorianos de esos que uno sabe de su vida sólo por Facebook y ves que protestan mucho contra el sistema, las petroleras, el gobierno, etc. pero que excepcionalmente son también de esas personas que no sólo hablan,sino que también actúany contribuyen mucho. Les pregunto dónde están y me dicen que se van para la zona de explotación petrolera del Amazonas ecuatoriano a trabajar en la comunidad de los kofanes. Quiero saber si puedo ir a ayudar y me dicen que sí. Les agradezco la oportunidad, lo pienso dos veces y me doy cuenta de que uno de los sueños de mi vida está a punto de cumplirse.
Después de un aventurero viaje desde Colombia en el pick up de una camioneta, llegamos a Lago Agrio. Desde allá me contacté con Fidel, uno de los dirigentes de NOAIKE (Nacionalidad originaria Ai'Kofán de Ecuador), quien me indica que tengo que bajar del bus en el kilómetro 23 de la carretera camino a Dureno y cruzar el río Aguarico. Mientras cruzaba el río en canoa recordé cuando miraba los documentales NatGeo del Amazonas y yo quería estar ahí. El sueño estaba comenzando a cumplirse: las casas de madera construidas en la ribera del río parecían dar la bienvenida y los niños jugando en el agua fueron el mejor comité de recepción que jamás tuve.
La casa de Fidel, como casi todas las casas de la comunidad, es de dos pisosde madera, tiene una puerta que casi nunca se cierra y pocas paredes. Apenas llego a la puerta me reciben dos pequeñas manitos que toman las mías y me invitan a saltar, me abrazan, me piden que no me vaya, juegan y se cuelgan de mí: es Martita, una monita chorongo que la familia de Fidel adoptó cuando quedó huérfana ¡Un monito colgado de mi cuello! ¡Y en la selva! Otra señal más de que estaba viviendo uno de mis grandes sueños. Los niños nos miran con caras curiosas y rápidamente nos enseñan algunas palabras en ai'ngae, la lengua oficial de la nacionalidad Ai'kofán. Desde ese momento ya me quiero quedar para siempre.
Al otro día llegan los amigos que me invitaron. Ellos ya vienen hace años y trabajan en la comunidad hace un tiempo, tienen grandes proyectos para ayudar y necesitan un montón de ayuda también. Nos coordinamos, repartimos tareas y manos a la obra. Me tocó colaborar un poquito con la Asociación de Mujeres KofanesSukûque necesita comercializar las hermosas joyas que diseñan y elaboran con semillas y fibras del Amazonas.
Con el pasar de los días, te puedes dar cuenta fácilmente que la comunidad kofán es amable, siempre sonriente y de ojos curiosos. No todos los kofanes hablan castellano, pero siempre te ponen atención aunque no entiendan lo que les estás diciendo. Fidel es un hombre que proyecta su liderazgo, con seguridad y armonía. Silvia, su mujer, es una de las madres más dulces y amorosas que he visto en mi vida. Sus cinco hijos son hermosos, alegres, libres y felices, como casi todos los niños kofanes que conocí. Nos hacen sentir como en casa.
Lo que más me llamó la atención es la sabiduría que todos “cargan”. Los kofanesson fieles representantes del conocimiento ancestral que es transmitido generación tras generación y que se alimenta de la sabiduría de la naturaleza. Ellos también atribuyen este conocimiento a la toma del yahe (ayahuasca).
La ceremonia del yahe es una instancia de conexión con el mundo espiritual. En ella un Taita (médico y sabio) de la comunidad dirige la ceremonia, y con la ayuda de la “gente del yahe” (los espíritus que pertenecen al yahe) protege a la comunidad de los “ayas” y de los “cucuyas” (espíritus que pueden hacer daño), sana a los enfermos (los kofanes creen que todas las enfermedades se pueden curar espiritualmente) y pide consejoscuando en la comunidad se deben tomar decisiones importantes. Es una ceremonia sagrada y los taitas son respetados como personas muy importantes dentro de la comunidad.
Por las publicaciones que había visto de mis amigos, desde el principio supe que en algún momento iba a tener la oportunidad de participar en una de estas ceremonias, pero la verdad es que cuando al cuarto día de estar allá me avisaron que iba a ser “latoma”, no estaba preparada para nada. Creí que era precipitado, que me faltaba entender más de los kofanes y su cosmovisión, pero también pensé que si se estaba dando había que fluir. Tenía miedo. Sabía que me tendría que enfrentar a mis propios demonios y quizás a otros más. Pensé en todo lo que había escuchado: que había gente que se ponía paranoica, que otros lo pasaban muy mal vomitando y vomitando, otros sólo lloraban, pero que a otros como Fabio le pasaban sólo cosas lindas; que era una ceremonia de sanación, que los Taitas estaban ahí para protegerte y ayudarte a sanar y que no había nada que temer. “Pues si no hay nada que temer, hay que darle”, pensé.
Llegó la noche de la toma. Taita Alejo nos estaba esperando con el fuego encendido en la maloca, que es el lugar sagrado donde se lleva a cabo la ceremonia. Mis amigos nos explican que hay ciertas zonas a las que no podemos pasar, que cuando el Taita nos dé la medicina nos tenemos que quedar tranquilos y dejar que el yahe actúe en nosotros con su energía sanadora; que debemos estar dispuestos y que nos relajemos. Fabio como siempre relajado. Yo como siempre inquieta.
Todo era perfecto. Una luna llena gigante nos acompañaba en un cielo hermoso. Parecía que todo lo que podía cantar estaba inspirado ese día. El Taita hace sus plegarias, toma su dosis, le da una taza a cada uno y me deja para el final por ser la primeriza. Taita Alejo me advierte que como no había tomado antes, el efecto sería muy suave y que seguramente tendré que tomar varias dosis más esa noche. Me relajé y me acosté esperando alguna señal, pero nada. No sé cuánto tiempo pasó, pero justo en el momento en el que había llegado a la conclusión de que iba a tener que tomar otra dosis, me di cuenta que tenía todo un coro de grillos cantando dentro de mi oreja. No, no cerca, ¡adentro! Y ahí mi primera risa y con ella comenzó mi “viaje” como suelen decir.Desde ahí en adelante sólo fueron risas (que sólo sonaban en mi cabeza, porque casi no me podía mover). Vi muchos videos cómicos, me conté chistes que no me sabía, vomité claro un par de veces, y después seguí viendo cosas divertidas. Tenía un diálogo conmigo misma a mil por hora: no paraba de hablarme y de mostrarme imágenes. En un momento vi a una niña como de tres años, que estaba a punto de que le diera una pataleta, con esa cara de tristeza y rabia que los niños ponen cuando no les dan lo que quieren. Lo cierto es que la niña se veía divertida. Segundos después me di cuenta que era yo misma: el yahe me dijo que ya era hora de autocontenerme y que dejara de hacer pataletas, porque ya estaba grandecita. Seguro que si un adulto me hubiera dicho eso mismo me habría enojado e incluso me habría defendido, pero la gente del yahe se encargó de mostrármelo de la manera que mejor me lo podía tomar: con mucho humor.
Esa noche tuve muchas visiones, vi jaguares, diseñé el catálogo de las joyas kofanes, me conté muchas historias divertidas, pero por sobre todas las cosas, me conecté con temas tan profundos que ni siquiera puedo explicar. El yahe fue muy amable y sutil. El taita con sus cantos, el fuego y su ancusí (ortiga) te hacen sentir siempre protegido y te limpian de cualquier energía mala que él vea. Mis amigos todos tuvieron experiencias distintas, pero cada una de ellas sanadoras y muy íntimas, por lo que no les voy a comentar nada de eso.
Poco después del amanecer despertamos, agradecimos a los taitas, caminamos a nuestras casas y ese día fue de mucha paz y conexión con el universo. Un día muy luminoso por cierto. Las siguientes dos tomas de yahe fueron distintas, no tan divertidas, pero siempre con mensajes amorosos, profundos y de mucha conexión con la naturaleza, que me hicieron sentir más viva que nunca.
Los días que estuve en la comunidad kofán
me enseñaron cosas que en el mundo “kukama” (término que los kofanes utilizan
para referirse a los blancos u occidentales) me habría demorado quizás años en
aprender. Gracias a ellos pude conectarme con la humildad, con la paciencia y
la tolerancia. Los admiré profundamente por su sabiduría y la vida armónica que
tienen construida y por cómo luchan por preservar su cultura y su idioma frente
a todas las adversidades que nuestro mundo occidental les ha impuesto (derrames
de petróleo, colonización, falta de recursos, etc.). Me conmovió profundamente
el amor que se tienen entre ellos y sobre todo dentro de su familia y el
respeto a cada uno de los mensajes que la naturaleza les envía. Sentí una
profunda vergüenza de ser “kukama” y de alimentar el mundo que hemos construido
y que nos aleja de todo lo que los kofanes tienen tan claro que hay que
preservar.
Pido disculpas porque mis palabras describen
sólo superficialmente lo maravillosa que es la comunidad kofán de Dureno y el
lugar donde ella habita. Sólo puedo decirte que vayas, quédate unos días en la
hospedería, toma yahe, juega con los niños, oye historias una noche a los pies
de una fogata, pasea por el río, camina descalzo bajo la lluvia, abre tu
corazón y tu mente y déjate conectar otra vez con lo que siempre hemos sido y
que tenemos tan estúpidamente olvidado.
Cierra los ojos y escucha lo que nuestra
madre Tierra nos susurra amorosamente al oído
Si quieres visitar la comunidad kofán de
Dureno, puedes contactarte con NOAIKE (Nacionalidad originaria Ai’Kofán de
Ecuador) llamando a los números 09 95979300 / 09 80789249.
Por: Bárbara Mejías
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