domingo, 3 de mayo de 2015

Sanar el cuerpo con la mente: sí se puede

 Es un tema que está bastante “de moda”: cada día hay más pruebas científicas de que con el poder de nuestros pensamientos y creencias podemos modificar nuestro cuerpo y llevar una vida completamente sana y feliz.

Pero si es tan simple, ¿qué pasa que nos seguimos enfermando? ¿Por qué no somos capaces de mantenernos sanos, habiendo tanta herramienta en nuestro interior que nos permite estarlo? La respuesta está en que nos han inculcado la creencia de que así debe ser: al poco tiempo de nacer nos tapan de vacunas para protegernos de enfermedades que podríamos sufrir; crecemos aprendiendo conductas preventivas que nos “protegen” de posibles males (abrígate que te vas a resfriar, no camines sin zapatos, porque te vas a enfermar; no comas eso, porque te va a caer mal; no hagas lo otro, porque te va a doler). Obviamente la intención es mantenernos sanos y salvos de los males que pueden atacar a nuestro cuerpo, pero al mismo tiempo esas advertencias están programando nuestro cerebro para que cuando no cumplamos alguna de estas instrucciones, pase efectivamente lo que ella dice, que es enfermarnos.

Las pocas veces que he visto televisión ecuatoriana, me ha asombrado la cantidad de comerciales que ofrecen medicinas: para el hígado, para el resfrío, para la tos, para el dolor de cabeza, etc. Qué raro, ¿no? Se me ocurre la descabellada idea de que quizás las farmacéuticas y laboratorios nos quieren mantener enfermos para seguir tapándose de billetes a costa de nuestras creencias. No, jamás podría aceptar una verdad como esa, ellos son buenos y lo que pasa es que nos quieren ver sanos y felices… sí, eso es… claro… por supuesto. Si podemos curarnos nosotros mismos, ¿para qué íbamos a ir al médico y gastar plata en medicamentos, no?

Piénsenlo bien: cada vez que le metemos una medicina al cuerpo para que “se mejore” en un aspecto  específico, estamos alterando inevitablemente otras partes que sí funcionan bien, por ejemplo, si tomamos antibióticos para la amigdalitis, aparte de eliminar el virus que la provocó estamos matando un montón de células buenas que nos sirven para vivir. Otro clásico ejemplo es que nuestro sistema digestivo está plagado de bacterias que son indispensables para digerir los alimentos y nutrir nuestro cuerpo.
 
Más allá de estas creencias que nos hacen mantenernos dispuestos a enfermarnos, hay algo que me llama más la atención aún: existe mucha gente que parece necesitar las enfermedades en su vida para distintos fines como justificar sus limitaciones, recibir muestras de afecto y preocupación, o incluso ayuda económica. En estos casos me parece curioso que la gente muestra resignación a estar enfermo y una cierta resistencia a sanar. Esta idea es la que me lleva otra vez a lo que afima el Dalai lama: “Todos los problemas del mundo son por falta de amor”. Si recibimos el amor suficiente y nos amamos a nosotros mismos lo suficiente, no deberíamos enfermarnos jamás… ni envejecer, pero eso ya es más difícil.

Para ponernos un poco más serios y formales, les cuento que hay bastantes personajes en el campo de la salud que han dedicado muchos años a comprobar científicamente nuestra capacidad de sanarnos. Entre todo lo que investigué el que más me llamó la atención fue Bruce Lipton, un biólogo molecular que ha dedicado su vida a estudiar el comportamiento de las células y décadas a la clonación de células madres.

Resulta que el señor Lipton (aparte de ser didáctico y entretenido para escribir) tiene un enfoque muy especial para estudiar el funcionamiento de nuestro cuerpo. Él parte de la premisa de que si estudiamos el comportamiento de las células individualmente, podemos entender el funcionamiento de nuestro cuerpo completo, ya que en definitiva cada uno de nosotros es una comunidad de unos cincuenta billones de células que se han organizado y cooperan entre si, para mantenernos vivos y sanos. La cosa es que este señor descubrió que la vida de una célula está regida por el entorno físico y energético, y no por sus genes, es decir no podemos culpar a la genética heredada de nuestros padres y abuelos por los males que nos aquejan, si no que podemos echarles toda la culpa encima  por el entorno en el que nos mantuvieron desde el momento en el que estábamos dentro del útero y después de haber salido de él. ¡Noooooooo! ¡Mentira! Aquí no hay culpas. Lo que sí podemos hacer es que todo eso que nos entregaron, para bien o para mal, podemos modificarlo cambiando nuestras creencias. Ahora que somos adultos, grandes, hediondos y peludos, estamos perfectamente dotados de la capacidad para elegir la forma en la que percibimos nuestro entorno y por lo tanto nuestra vida.
 
Lipton nos hace bastante fácil entender sus cabezones estudios en el libro “La biología de la creencia”. Después de mucho darle vueltas llegó a la conclusión de que las células tienen la misma estructura que un chip de computador, de lo que se puede deducir que las células son “programables”. Entonces si estamos compuestos de muchos chips, nuestro cuerpo es un computador. Los genes vendrían siendo como el disco duro donde se guarda la información. Las proteínas que están dentro de las células, que son las que hacen que el cuerpo reaccione de una u otra forma frente a un estímulo, vendrían siendo el procesador que hace que el computador procese la información y realice las diferentes tareas.

Si nuestro cuerpo funciona como un computador, pensemos que este aparato no puede andar por sí sólo, necesita de un programador que inserte la información necesaria para desempeñarse y ahí es donde aparecemos ¡nosotros mismos! que somos los que estamos seleccionando la infinita información del entorno en el que vivimos y decidimos qué datos introducir y procesar y cuáles no. Si somos más conscientes y tratamos este computador con todo el cuidado que se merece, jamás tendría que entrarnos ningún virus, ni quemarse, ni romperse, ni funcionar mal.

Entonces, ya entendimos cómo la mente maneja nuestro cuerpo. Ahora, cómo manejamos nuestra mente dirán ustedes. Tranquilos, no desesperen, tenemos material de sobra para lograrlo. Por ejemplo, hay una señora que se llama Louise L. Hay que escribió el libro Sana tu cuerpo, en el que después de años de trabajar con gente enferma ella señala que cada afección de nuestro cuerpo es causada por conflictos emocionales y pensamientos negativos: las pautas mentales que nos provocan la mayoría de los malestares son la crítica, la rabia, el resentimiento y la culpa. Por ejemplo la crítica suele conducirnos a la artritis, la rabia quema e infecta el cuerpo, el resentimiento provoca cánceres y tumores y la culpa conduce al dolor. Esta señora hace un listado gigante de muchas enfermedades y a cada una le asigna una frase positiva que debes repetir diariamente, para ir “reprogramando” tu cerebro. Si el cerebro cambia ese patrón, la enfermedad debería desaparecer. Así, la frase para liberarnos del cáncer es: “Con amor perdono y libero todo el pasado. Elijo llenar mi mundo de alegría. Me amo y me apruebo.”

¿Sabías que si tomamos una muestra de sangre de cada persona, vamos a encontrar células cancerígenas en todas ellas? La única diferencia entre una persona que tiene cáncer y la que no, es que el sistema inmunitario está funcionando mejor en la que no tiene.

Como Louis L. Hay existen muchos autores que nos dan herramientas para reprogramar nuestro cerebro y hacer que modifiquemos nuestra manera de pensar, con meditación, EFT, metafísica, ejercitando el cuerpo, concentrándose en el presente, los placebos, y bueno… en internet está lleno de tutoriales y mil maneras de lograrlo. Es cosa de buscar la que a uno más le haga sentido, pero lo más importante es que nos vinculemos con nosotros mismos y que en primer lugar hagamos el trabajo de conectarnos con nuestro cuerpo y aprender a leer las señales que nos da; si nos duele la cabeza no es algo gratuito, seguro le estamos poniendo mucha mente y poco corazón a algo, o si nos duele el estómago, preguntarnos qué es lo que nos está pasando en la vida que no queremos digerir. Lo que decidimos pensar hoy, se transformará en nuestro mañana.

Escucha a tu cuerpo, pero también escucha a tu mente. ¿Qué te estás diciendo? Apuesto que te estás criticando todo el tiempo. Si hacemos el ejercicio en el que todos nos imaginamos cómo debe ser un ser perfecto, seguro que encontramos tantos modelos distintos, como personas imaginándolos. Eso de la perfección es otra idea que nos han metido en la cabeza y que no nos permite aceptarnos a nosotros mismos en nuestra propia perfección.

Cuando sentimos amor por nosotros mismos o por otra persona, nuestro cerebro segrega dopamina, que le trae salud a las células de todo el organismo. En cambio si no nos queremos o tenemos malos sentimientos y pensamientos hacia otras personas, segregamos hormonas de estrés, lo que hace que el cuerpo envíe más sangre a los brazos y piernas (reacción programada desde los tiempos que teníamos que escapar de nuestros depredadores) y disminuya en los órganos que trabajan en mantenernos vivos, frenando la reproducción de importantes células. Es decir, nos morimos un poco. El amor propio y al prójimo nos mantiene vivitos y coleando.

Ahora, si queremos ir más allá, debemos estar dispuestos a realizar el trabajo de liberar y perdonar. Si hacemos eso, de seguro sanaremos nuestro corazón, mente y cuerpo.

Una vez escuché una explicación muy bonita para el cáncer: es provocado por una célula con un ego muy elevado que busca reproducirse a sí misma muchas veces. El cáncer se cura con amor, es por eso que es rarísimo encontrarlo en el órgano ícono, el corazón.

La naturaleza nos ha dado todo para ser felices, es cosa de aprovechar esta abundancia del universo y hacer que todo actúe en nuestro favor.

Gandhi dijo: Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus palabras se convierten en tus actos, tus actos se convierten en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores, tus valores se convierten en tu destino.

Somos personalmente responsables de todo lo que ocurre en nuestras vidas. Es hora de que nos hagamos responsables de nuestra propia salud y felicidad


“Tanto si crees que puedes, como si no, estás en lo correcto”. Henry Ford (sí, el de los autos).

Por: Bárbara Mejías

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