Tengo
una amiga que está luchando contra el cáncer, otra que no se atreve a
divorciarse, un amigo que sólo le gustan chicas que lo hacen sufrir, una amiga
que no sabe qué hacer con su vida y eso la desespera; a la vecina su marido le
pone los cachos cada vez que se emborracha, mientras que el vecino de al frente
es incapaz de mantenerse sobrio más de 2 días a la semana. Hace algún tiempo me encontré con un empresario multimillonario y le
pregunté que cómo estaba su vida, a lo que él me respondió medio cabizbajo:
“aquí… sobreviviendo”. Mi risa y mi sarcasmo reventaron en su cara, lo que se
contagió a otras personas que estaban ahí. Él sólo sonrió.
Después de varios días de reflexión sentí
que era injusto lo que había hecho: ¿Acaso el multimillonario no podía tener
problemas terribles que lo tuvieran “sobreviviendo”? ¿Sufrirá menosel
empresario que la chica que lucha contra el cáncer? ¿Serán comparables las
tragedias de unos con las de otros? Parece que no. Cada uno de nosotros está
dando una batalla diferente. A todos nos cuesta muchísimo enfrentarnos a
nuestros enemigos (internos o externos) y el dolor y sufrimiento que eso
conlleva no es comparable con el de nadie más. Si a algún alma despiadada se le
ocurre decirnos que “no es para tanto”, nos sentimos profundamente heridos y
menospreciados. Si uno está triste o enojado no es por gusto, si no que es
porque se tienen las razones suficientes para estarlo, ¿no? Estudios
científicos comprueban que cuando las personas están aproblemadas, tienden a
ser más egocéntricas y egoístas, lo que de cierta manera justifica que creamos
que nuestra tragedia personal es lo peor del universo y que nadie entendería
nuestro sufrimiento.
Los toltecas tenían razón: el infierno no
es un lugar ardiente bajo tierra con demonios que lo torturan y castigan a uno
por los errores que cometió mientras vivía… ¡no, señores! Ese lugar de tortura y sufrimiento es nuestra
propia vida cuando permitimos que los problemas y tragedias dominen nuestro día
a día.
Una vez una mujer fue con el alma partida
en dos donde Buda para pedirle que resucitara a su hijo recién muerto. Buda le
dijo que sí, pero que para lograrlo tenía que traerle semillas de mostaza, la
única condición era que debían provenir de una casa donde no hubiera ningún
hijo muerto. La mujer recorrió casa por casa preguntando por las semillas, pero
en cada lugar había un hijo, un sobrino, un padre o un abuelo muerto. Así la
mujer entendió que todas las familias sufrían la pérdida de un ser querido y no
se sintió sola en su dolor. Se desapegó del cuerpo de su hijo, lo enterró y fue
a agradecerle a Buda. El sufrimiento es algo que viene con el hecho de estar
vivos.
En nuestra existencia abundan los problemas.
Los más grandes no los podemos evitar: el envejecimiento, la enfermedad y la
muerte. Entender que el sufrimiento es parte de la vida y ser consciente de
eso, nos ayuda a que cuando nos toque pasarlo mal, lo miremos como algo
familiar y que es algo que podremos superar. Lo que debemos modificar es
nuestra actitud frente al sufrimiento:
debemos cambiar la idea de que es algo que hay que rechazar, que no merecemos
sufrir y que somos víctimas. Es mejor percibir la vida como un todo, que tiene
tanto alegrías como tristezas, momentos maravillosos y otros más difíciles y
que todo pasa.
La gente que lleva tiempo relacionándose
con el mar, recomienda que cuando te agarra una corriente y te lleva mar
adentro, no debes remar en contra de ella, porque lo único que vas a lograr es
cansarte; lo que debes hacer es dejarte llevar por ella hasta que en algún
momento ya no te arrastra más. Cuando eso pasa, debes remar en la diagonal
opuesta a la corriente y el mismo mar se encargará de devolverte a la orilla.
En occidente, nos han enseñado desde pequeñitos que vinimos a este mundo a
luchar. Cuántas veces no escuchamos “¡lucha por lo que quieres, hasta que lo
consigas!”. He aprendido que ese camino te lleva a la competitividad, a la
satisfacción de las expectativas que en general son de otros y al enajenamiento
de la felicidad. Lo difícil no es combatir la adversidad, sino que es mucho más
difícil aprender a fluir en ella y cuando la mala racha te suelte, hay que aprovechar
ese impulso que la misma vida te da para salir de los problemas, aprender de
ellos y crecer y disfrutar de tu nueva vida con lo aprendido. En definitiva,es
la misma adversidad la que te enseña a ser feliz.
Hace algunos años salí de mi país y comencé
una vida nómada buscando facilitarme la difícil tarea de salirme del “sistema”,
porque descubrí que vivir en él no me hacía feliz. Con el tiempo, después de
muchos porrazos, leer mucho, escuchar a gente sabia y a gente tonta, conectarme
con el universo y abrir mi mente y mi corazón, entendí que finalmente lo que me
había hecho feliz no era el hecho de estar viajando y de haber salido del
“sistema”, sino que fue el conectarme conmigo misma, haberme escuchado y hecho
caso. En definitiva, fue el simple hecho de haber tomado la decisión de ser
feliz, sin importar las consecuencias que eso tuviera (que a todo esto fueron
puras cosas buenas). Hoy en día cuando converso con gente que dice sentirse
“atrapada” por su propia vida, me hablan de envidiarme sanamente (siempre me ha
parecido muy raro ese concepto; creo que uno no puede tener un sentimiento
negativo sano, ¿no? “te odio sanamente”. Suena raro), que les encantaría tener
una vida como la mía, pero que no pueden porque ya están muy endeudados, o muy
casados, o que los hijos, o me (se) dan cientos de razones que justifican que
no puedan vivir como realmente quisieran.
La mente del ser humano es muy compleja y
encontrar explicaciones de por qué la gente hace lo que hace es una tarea muy
difícil. Siempre me he preguntado por qué las personas simplemente no toman la
decisión de ser felices. La Madre Tierra y el universo completo nos rodean día
a día de recursos que nos permiten acceder a esa tan buscada felicidad.
¿Buscada? ¿Será que la felicidad es algo que se encuentra? Tengo la sensación
que es más bien que es algo que andamos trayendo para todos lados, pero por una
extraña razón la tenemos guardada en el fondo de la mochila. Ahí es donde creo
que está la clave: tenemos que atrevernos a vaciar esa mochila que hemos
llenado de cargas, creencias, prejuicios y estructuras y dejar que sólo la
felicidad habite en ella. No necesitamos nada más.
En este hermoso camino he descubierto que
existen dos grandes grupos de personas: las que creen que pueden y las que no.
Cada vez que alguien muy aproblemado se me acerca pidiendo ayuda, le recuerdo
la fuerza que tiene y que puede salir de ese mal momento. La gente más
deprimida, es la que cree que no puede salir de su “mala” situación, pero no he
visto ningún ser humano morir por algún problema; sólo los he visto morir por
la falta de fe en si mismos y en la constante provisión del universo para todo
aquello que necesitamos. Chicos, somos entes muy poderosos, capaces de crear
vida y de quitarla y de transformar nuestro entorno a nuestro antojo, sólo
necesitamos creer en ese poder y si es necesario, apoyarnos en una guía
espiritual que nos ayude (ya sea Dios, Alá, Buda, Yaveh, Maradona o lo que sea)
y florecer todo lo que somos capaces de hacer.
Por último, siempre tendremos un recurso
inagotable y muy explotable: la compasión y el afecto. Mientras más compasivos
y afectuosos seamos, más compasión y afecto recibiremos y eso contribuirá
directamente a nuestra felicidad.
Somos seres de luz y vinimos a este planeta
a aprender lecciones de amor. No hay nada más que eso. El resto… es pura paja
molida.
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